El agotamiento: la importancia de aprender a reconocer nuestros recursos y cuándo debemos pedir ayuda.

Cuántas veces hemos dicho o escuchado “necesito vacaciones”, imaginando un lugar y un tiempo en el que podremos relajarnos, descansar, permitirnos el disfrute por el solo hecho de sentir placer, estar libres de demandas y exigencias agobiantes externas, para así recobrar las fuerzas agotadas y reorganizarlas para el inminente retorno a ese espacio y tiempo que ocupa el mayor porcentaje de nuestras vidas y que alberga nuestras existencias, cargado de deberes y actividades que ocurren sin cesar y que demandan nuestra participación.

Es así como hoy y desde hace mucho tiempo, las personas debemos cumplir con una serie de responsabilidades y compromisos de relevancia vital como trabajar, ganar el dinero suficiente para pagar los gastos de la vida, ojalá ganar más dinero para así acceder a una mejor calidad de vida, criar a los hijos, si es que los hay, llegar a tiempo a cada uno de los lugares desde los que somos convocados, contar con espacio para la pareja, los amigos, la familia, y así, serían innumerables las fuentes desde las cuales se levanta a lo menos una expectativa y un compromiso, que llama al famoso “tengo que”, a todo lo cual se suman todas las circunstancias o eventos inesperados que suelen ocurrir por el solo hecho de ser y estar en este mundo; el fallecimiento de un ser querido o amado, el desempleo, un quiebre amoroso, una catástrofe natural, el levantamiento de un descontento social.

Las situaciones anteriores podrían llevarnos a episodios o estados emocionales incluso impensados para uno mismo y que en muchas ocasiones develan que algo estaba ocurriendo en el interior; malestares, frustraciones, represiones, insatisfacciones, agotamientos; vivencias muchas veces silenciadas o pasadas por alto, en honor al rendimiento, para así poder cumplir con los deberes impuestos y autoimpuestos.

Lo anterior, a lo menos levanta la sospecha de que podría producirse un costo muy alto para el propio bienestar, que en el corto y mediano plazo puede que no sea perceptible a primera vista, pero que de manera sostenida en el tiempo, la falta de reconocimiento de la sensación de malestar o incomodidad, podrían traer consigo afectaciones mayores para el equilibrio de una persona, como una depresión o estado de estrés.

Dentro de las diversas fuentes de estrés, que ya se han mencionado acá, encontramos el estrés laboral, una situación altamente común en la sociedad en la que vivimos, siendo igualmente común el ejercicio de naturalizar y nuevamente pasar por alto lo nocivo y tóxico que podría estar siendo la sobrecarga de exigencias y lo que está generando en uno mismo.

Considerando la particularidad que contienen los espacios laborales, relacionada con la idea que desde ahí surgen una serie de demandas ineludibles, este sería el espacio por excelencia que crea la idea de que “de acá no se escapa”, de lo contrario se corre el riesgo de perder el empleo o ser sancionado significativamente, sin embargo resulta vital reconocer que cada vez que nos posicionamos en un lugar y en relación con otras personas, estamos eligiendo estar ahí, pudiendo mirar con ello el por qué hago lo que hago o por qué esto donde estoy, para luego mirar el cómo hago lo que hago en estos momentos de mi vida, surgiendo así una infinitud de preguntas, que podrían ayudar a repensar ese lugar atribuido muchas veces como estático e infranqueable, pero que en la medida que nos creemos capaces de influir sobre la propia vida y sobre los espacios en los que vivimos, probablemente el estado de estrés y con ciertas fuentes de apoyo, comience progresivamente a disminuir en su intensidad.

Es importante comprender que el estrés por sí solo no es negativo, de hecho lo necesitamos para poder activarnos, es decir para que respondamos a las demandas del ambiente. Desde situaciones muy sencillas hasta acciones que requieren de nuestros esfuerzos, necesitamos un nivel de activación que efectivamente permita dar una respuesta, de lo contrario podríamos pensar que ya estamos frente a una alteración física o mental de relevancia.

Del otro lado, tenemos el estrés que es intenso, frecuente y sostenido en el tiempo que junto con la falta de reconocimiento de cómo ello afecta al propio equilibrio y bienestar, desatan trastornos en salud mental de relevancia, que podrían manifestarse en falta de motivación, sensaciones de tristeza, falta de esperanza, pérdida de sentido en las actividades de la vida diaria, alteraciones del sueño, el apetito, entre otras.

En este contexto surge, de manera muy relevante, la idea de cómo prevenir llegar al colapso, evitar tener que transitar por esos estados en que nos vemos inundados por el agotamiento, pero también cómo atendemos y le damos un lugar a ese estado que nos aleja notablemente de la sensación de bienestar y que debe ser acogido, contenido, observado, para luego entrar a un lugar de transformación, que nos permita mirarnos, darnos cuenta de qué estamos hechos, cuáles son nuestra fortalezas, nuestros recursos, todos esos elementos que nos permiten hacer frente a todas esas demandas que llevamos con nosotros, pero que no son inagotables, tienen un límite, lo cual debemos aprender a reconocer, y por tanto pedir una mano a los otros recursos que nos acompañan y que se constituyen en una red de apoyo, donde no importa cuántos o quiénes la compongan, lo importante será ser capaz de pedir ayuda o bien dejarse ayudar, según sea el caso y en este sentido el espacio psicoterapeútico es un lugar donde se recorre un camino que es recomendado para poder reparar ese estado de estrés y sus consecuencias.

Muchas veces se escucha que sería ideal que todos pudieran tener, a lo menos una vez, la posibilidad de contar con un espacio psicoterapéutico para abordar la salud mental, sin embargo es importante tener la claridad que la psicoterapia sí es un proceso que frente a ciertas situaciones es de mayor urgencia y recomendación directa, como lo es estar vivenciando un estado de estrés laboral, ya que además de las afectaciones individuales ya mencionadas, también se observa un desmedro del equilibrio en las diversas relaciones que la persona pueda tener; pareja, hijos, familia, entre otros, por lo que resulta urgente no esperar a que lleguen las vacaciones para revitalizar las fuerzas, reorganizarlas y comenzar nuevamente, sino que más bien la invitación es a reconocernos e iniciar un proceso de cambio que nos brinde un estado de bienestar posible de sostener en el tiempo.