Una aproximación teórica; práctica, a la Terapia Cognitivo Conductual

La terapia cognitiva conductual, consite principalmente en la modificación de los pensamientos, emociones y conducta, que resulten disfuncionales para la persona. Se centra en lo que se conoce como «triada cognitiva», que alude a los pensamientos que una persona tiene sobre sí misma, el mundo y el futuro, los esquemas cognitivos o de pensamiento que aquella persona ha aprendido, y en las distorsiones cognitivas. Por consiguiente, el cambio en las variables anteriormente mencionadas, sugiere la posibilidad de acceder a una forma de procesar la propia experiencia, de un modo funcional.
En mi experiencia, he tratado a personas con problemas de adicciones, estrés pos – traumático, o conductas antisociales, entre otras. Por ejemplo, una persona con drogo – depencencia, puede pensar que no es capaz de dejar el consumo, atribuyendo a la droga el poder de destruir su vida personal, familiar y social. Puede creer, que su futuro es catastrófico y que nadie es capaz de ayudarlo. Condición que con el pasar el tiempo, facilita un cuadro depresivo en el sujeto. En este caso, podemos obervar que el procesamiento cognitivo de aquella persona, indica que sus pensamientos otorgan poder a la droga como si esta, fuera una entidad. Donde el locus de control – dónde la persona sitúa el control – es externo. Sus esquemas de pensamiento, no resultan funcionales para modificar su conducta, lo que tiene en consecuencia un impacto en su autoestima, desarrollando un concepto de sí mismo desvalorado. Lo que conlleva un estado de desesperanza aprendida (por su experiencia) que para el cerebro representa una afirmación, de incapacidad personal.
Respecto al ejemplo anterior, desde la terapia cognitiva – conductual, se realiza un tratamiento enfocado en cómo la persona procesa esta experiencia, cambiando la atribución de causalidad desde un locus de control interno, comprendiendo que la droga en sí misma no es una entidad, sino que el problema está asociado al propio funcionamiento. Es posible el aprendizaje y la incorporación de recursos de afrontamiento, de técnicas de manejo emocional y la identificación de los factores de riesgo, asociados a la conducta adictiva. Con la finalidad de conseguir una consonancia entre sus esquemas de pensamiento, sus emociones y la conducta que lleva a cabo. Lo que se traduce, no sólo en un cambio conductual, sino en la forma en cómo la persona experimenta su realidad.
Desde este marco de referencia, el concepto de realidad es relativo al observador, quien es el agente que construye la realidad desde su percepción. Donde las distorsiones cognitivas, indican modos disfuncionales de percibir y elaborar la realidad. Por ejemplo, cuando una persona no reconoce su responsabilidad frente a un acto de violencia psicológica, minimizando la gravedad de su conducta, y argumentando que no existe un maltrato físico. Lo que desde esta perspectiva, dificulta el cambio y facilita que aquel patrón de violencia continúe reproduciéndose, en una relación. Esta minimización de la gravedad, representa una distorsión cognitiva. Sin perjuicio de lo anterior, el pensamiento junto con las respuestas emocionales asociadas y en consecuencia, los patrones disfuncionales de conducta, pueden ser modificados.
El lenguaje, también juega un rol fundamental en el tratamiento. El lenguaje se construye desde la subjetividad, y nos remite a la experiencia del sujeto. Encontramos dos niveles de funcionamiento, uno superficial y uno profundo. El primero, es la elaboración que hace de su experiencia, y es capaz de comunicar. Y el segundo, es la experiencia subjetiva a la que sólo el sujeto, tiene acceso. A través del lenguaje, es posible identificar cómo es procesada y elaborada la experiencia, en función de los pensamientos, emociones y creencias. Para enriquecer o cambiar las representaciones que la persona hace de lo que ha vivido en su historia personal; desde un proceso terapéutico que ocurre en el presente.

Ps. Pablo Aguilera Sarno