En este escrito revisaremos dos formas que toma la “falta” para el individuo, a saber, la pérdida y el duelo. El objetivo de proponer la diferencia entre ambas nociones, implica considerar que el procesamiento y la integración de la experiencia de la “falta” no está garantizada y, por otra parte, que el lazo con otros colabora en la posibilidad de proyectar un futuro posible a pesar de la aflicción que puede generar una pérdida. No sólo el fallecimiento de un ser querido corresponde a una perdida para un individuo determinado, ni menos que ésta sea por sí misma un proceso de duelo. Para que una pérdida pueda devenir en un duelo, se necesita que exista a la base un “trabajo psíquico” que le permita progresivamente al sujeto relacionarse con esa “falta” de un modo diferente, no apelando a una mera sustitución de “lo perdido” ni a una «negación» de su ocurrencia (si bien ambas opciones podrían suceder). En consecuencia, el duelo implica un fenómeno que transcurre paso a paso, en que el vacío coagulado que deja “lo perdido” logra transformarse en un espacio de circulación en que lo nuevo puede tener cabida. En síntesis, se invita a participar de un tratamiento psicológico a quienes presenten algunos de los síntomas que revisamos anteriormente ya que la palabra es el vehículo que le permite a una persona experimentar alivio y delimitar su propio dolor. Además de obtener conciencia de la propia historia y de los motivos que determinan su aflicción, quien participa de un proceso psicoterapéutico también será capaz de aclarar su mente, de tomar decisiones que sean consistentes con lo que realmente quiere y, en consecuencia, de recobrar un “nuevo sentido” para sí mismo y sus cercanos.