El bullying escolar no es solo un conjunto de agresiones físicas o verbales. Es, ante todo, una experiencia relacional profundamente dolorosa, donde un niño o adolescente se ve expuesto, una y otra vez, a la humillación, el rechazo o la exclusión en un espacio que debería ser seguro. Desde el psicoanálisis relacional, entendemos que estas vivencias no quedan registradas como simples recuerdos desagradables, sino que se inscriben en la manera en que el sujeto comienza a verse a sí mismo y a los otros.
Ser objeto constante de burla, ridiculización o aislamiento impacta directamente en el desarrollo emocional y en la construcción de la identidad. Los niños que sufren bullying internalizan mensajes de desvalorización, generando una autoimagen distorsionada y frágil. A menudo, aprenden a callar lo que sienten, a desconfiar del entorno y a adaptarse al dolor desde la resignación o la autoexigencia excesiva. La experiencia de no ser defendido o escuchado puede ser vivida como una traición del mundo adulto, lo que agudiza aún más el sentimiento de desamparo.
En el plano psicológico, estas vivencias pueden derivar en síntomas como ansiedad, depresión, retraimiento social, trastornos de la conducta alimentaria, dificultades de concentración o somatizaciones. Pero más allá de los síntomas visibles, el daño más profundo suele ser la herida identitaria: la sensación de no tener valor, de no pertenecer, de no ser suficiente. Con el tiempo, estas marcas influyen en el modo de vincularse con otros, en la forma de amar, de confiar, e incluso de elegir quién se es en el mundo.
La terapia psicoanalítica relacional ofrece un espacio seguro y sostenido donde estas experiencias pueden ser revisitadas y resignificadas. A través de un vínculo auténtico y reparador con el terapeuta, se busca restituir lo que en algún momento fue quebrado: la capacidad de sentirse visto, comprendido y respetado. No se trata solo de aliviar los síntomas, sino de reconstruir desde la raíz una narrativa más amable, coherente y digna sobre sí mismo.
Sanar las huellas del bullying implica mirar de frente lo que dolió, pero también permitir que otras formas de relación —más humanas, más cuidadosas— sean posibles. Porque cuando el dolor fue causado en vínculo, también es en vínculo donde puede comenzar la reparación.