¿Por qué los adolescentes se agreden?
Hoy en día y cada vez con más frecuencia recibimos adolescentes que presentan cortes en las muñecas, quemaduras bajo la ropa e incluso rasguños o arañazos en distintas partes del cuerpo haciendo visible una angustia real y cotidiana tanto en los jóvenes como en su círculo familiar.
Generalmente las autolesiones se han visualizado como una tendencia relacionada directamente al suicidio y la depresión, sin embargo, lo difícil de entender en este fenómeno, es que para muchos jóvenes puede existir sin necesariamente responder a un trastorno mayor. Más bien se hace parte de una sensación placentera, -de alivio- para emociones de profundo dolor y sentimientos que resultan insoportables y cotidianos. Algo pareciera trasladarse desde un dolor interno irrepresentable hacia la corporalidad, como una forma de descargar una tensión que busca ser manejada y controlada de un modo más posible con las autolesiones.
De forma paralela al alivio que el adolescente intenta difundir por medio del dolor físico, en el acto de lesionarse ocurre la búsqueda por apropiarse de su propio cuerpo, el cual se percibe extraño y ajeno a su madurez biológica. En efecto, ocurre un desfase en el tiempo dado por la repentina y cambiante corporalidad que necesita una pronta integración a la realidad del joven, realidad que muchas veces se percibe alterada y sin posibilidades de responder a los tiempos de la biología del cuerpo. Al mismo tiempo el adolescente se descubre más dispuesto a la independencia, razón que lo lleva a hacerse cargo de preocupaciones existenciales propias de esta etapa; deberá cuestionarse su identidad y sexualidad, como también realizar un duelo por antiguas formas de amor destinadas a los padres que buscan ser reorganizadas muchas veces con sentimientos de hostilidad hacia los progenitores o figuras de autoridad.
En este contexto, la piel se vuelve un espacio y tiempo de comunicación entre lo interno y externo. Cada trazo marcado en la piel remite a una parte de los conflictos internos que está atravesando el joven, un lugar donde busca resolver y comunicar aquello que las palabras no le han permitido expresar. De este modo, los cortes pasan a ser un relato no dicho, un intento de traducir algún conflicto que internamente empuja a ser resuelto bajo la simbología de un cuerpo que no se exhibe silenciado, sino marcado por un trazo autoinfligido que pretende resolver la angustia.
¿Por qué el cuerpo se vuelve el escenario para que el adolescente pueda expresar los conflictos de esta etapa?
En culturas primitivas el paso del niño a la adolescencia estaba marcado por diferentes y solemnes rituales que organizaban un espacio y tiempo hacia la nueva etapa. En nuestra sociedad esto se ve mermado por una era donde rige el culto a la adolescencia como una edad ideal de niños y adultos marcada por la intención de hacerla perdurable. En este sentido, ya no encontramos un tiempo y espacio delimitado como en épocas antiguas, por el contrario, en nuestros tiempos, hablamos de una industria de la publicidad que constantemente promueve una disparidad de influencias que se dirigen directamente al cuerpo del joven. El cuerpo del adolescente se transforma en el ideal corporal que todos quieren y tienen que alcanzar, ya que la imagen corporal ha mostrado una relación directa con la organización de nuestras identidades que de forma feroz impacta a nuestros adolescentes.
En virtud de ello, el cuerpo para el adolescente se transforma en un escenario que posibilita a ser maltratado en una época y etapa donde pareciera no haber nada seguro. Aparece como la única posesión segura para el sujeto, el foco de miradas de una sociedad que clama por alcanzarlo, por tanto un escenario propicio para manifestar la expresión de conflictivas internas.
Lo más importante como padres, cuidadores o cercanos al adolescente, es estar alerta a cualquier marca que aparezca en el cuerpo con el carácter de ser autoinfligida, ya que la primera vez que se ejerce una autolesión comienza con un acto impulsivo que se traslada rápidamente a ser una conducta adictiva. Esas primeras marcas son una señal importantísima de considerar para pedir hora a un psicólogo especialista en adolescentes y comenzar un proceso psicológico inmediato. En muchos casos el propio temor de los padres puede hacerlos naturalizar esta conducta como parte normal de la adolescencia, lo que puede agravar el daño. Un tratamiento psicológico permitirá la estabilización, y mejor aún, el traslado de la angustia manifestada en la superficie del cuerpo, a un decir en palabras.-