Transitar por la adolescencia es un proceso de desarrollo complejo al implicar la construcción coherente de su identidad y aunar aspectos que, en un principio, pueden ser contradictorios: el niño que se fue y el adulto que se quiere ser. Todo esto de la mano con las imágenes y tensiones parentales y con el mundo adulto en general, que de un tiempo a esta parte ha sido tajante frente al rol de las juventudes en contraposición a las herramientas que hoy tienen para ingresar al mundo adulto.
Al preguntarnos cómo vincularse con un hijo adolescente, creo bueno partir desde la complejidad: cada adolescente es distinto, cada formación familiar es distinta y cada una de ellas conlleva diferentes formas de vinculación que se han visto puestas en jaque generación tras generación.
A mi parecer, para poder repensar el vínculo con los hijos es pertinente poder re pensar el rol de padres, porque venimos de una tradición donde el padre es autoridad y esto perpetúa la fantasía infantil de que el padre sabe lo que hace, no titubea y mucho menos teme, lo que tiende a generar una abrumadora distancia.
Al contrario de esa fantasía omnipotente, la adultez muchas veces radica en no saber, y soportar los conflictos que conlleva eso. Lo que no quiere decir que por eso se tenga la facultad de hacer cosas porque sí. Frente a los hechos recientes, creo necesario recordarnos constantemente que el saber no radica en la autoridad y que ser adulto no implica saber y/o “estar resuelto” como le escuché a alguien, todo lo contrario.
Al punto que quiero llegar es que la adolescencia es un buen periodo para comenzar a registrar que los padres son falibles y eso no les hace ni buenos ni malos, solo humanos. Para lograrlo es necesario alejarse de la posición de sapiencia de la autoridad, advirtiendo que esto no implica asumir una relación simétrica.
Para acompañar, creo necesario asumir que hay muchas cosas que no se saben del todo, más aún, asumir que hay muchas cosas de las que los adolescentes pueden llegar a saber bastante más y, en última instancia, muchas cosas que van a aprender juntos. La asimetría no impide aceptar que ellos tienen un conocimiento que nosotros no (sobre todo en el ámbito de su subjetividad).
En esa misma línea, a mi parecer lo ideal es acompañar, dejándose enseñar. Difícil tarea que implica paciencia, sobre todo de no interpretar apresuradamente.