Originaria de la palabra alemana Angst, algunos le atribuyeron el origen de la palabra al sonido que hacemos con la intención de decir algo y no poder pronunciarlo, o a las primeros sonidos que hace un bebé . Freud define la angustia como una aflicción anímica muchas veces incontenible; una reacción corporal displacentera a veces asociada a síntomas físicos como un nudo en la garganta, palpitaciones aceleradas, sudoración excesiva o presión en el pecho, que a diferencia de la ansiedad, no necesariamente se origina base a un hecho puntual y externo, si no como una reacción ante un peligro ya sea conocido o desconocido que pudiera ser además sostenido a lo largo de la historia de la persona.
Si bien muchas veces sabemos qué es lo que gatilla los estados emocionales incómodos, por ejemplo el llevar una vida cargada de estrés, o la sensación de nunca haber superado una tristeza y hasta a veces logramos localizarlos en el cuerpo como una “sensación de vacío” o “la sensación de una pastilla que se quedó atorada en la garganta”, muchas veces somos ciegos a no saber bien qué es lo que nos pasa, y la emoción parece desbordarse sin saber qué hacer y cómo controlarnos a nosotros mismos.
¿Qué hacer si no identificamos el origen de la angustia?
La ayuda profesional es un paso clave, parte del autoconocimiento con un psicólogo que ayude a descubrir los puntos ciegos que cada persona tiene sobre su propia historia, a través de una escucha sin juicios que promueva el encuentro con un reflejo sin sesgos de quienes somos y en casos de mayor complejidad, de una terapia farmacológica que ayude a estabilizar los síntomas asociados.
Parte importante de desvelar lo que nos pasa- a través de una instancia terapéutica-, es prestar atención a lo que hasta ahora aparece como cubierto o desconocido, para justamente hacerse responsable de modificar la forma de afrontar dicha situación si es necesario, para que este sentimiento ya no sea más una carga invisible y se pueda vivir con una carga emocional que no resulte limitante.