Agresividad y violencia: Comprendiendo sus diferencias

Es necesario establecer una diferencia, entre violencia y agresión. Ambos conceptos pueden parecer similares, no obstante, su diferencia radica tanto en su naturaleza psicológica, como en su expresión conductual. De este modo, es posible entender que la agresión “se halla al servicio de la supervivencia de la especie y del individuo, y constituye una respuesta a la amenaza contra los intereses vitales del animal, como son su existencia misma, el acceso al alimento, la protección de la progenie, el espacio, entre otros” (Fromm, 1972, pág. 1). Por consiguiente, la agresión ocurre en respuesta a una necesidad de supervivencia, como reacción defensiva basada en mecanismos instintivos. Es innata en los individuos y tiene una función en el organismo.

Paralelamente, la violencia a diferencia de la agresión, está asociada a una intención de producir daño. Su acción, no se explica en el marco de la supervivencia, o en el contexto de una función adaptativa, como es el caso de la agresión. Es propia del ser humano, quien la ejerce sobre otro, con la intención de obediencia y sometimiento, motivado por intereses personales.  

Sin embargo, la violencia no se reduce a una acción concreta donde exista un daño físico evidente. Sino que puede adquirir un carácter sutil, toda vez que sea normalizada, acorde al contexto cultural en el que esta ocurra y se reproduzca, sin perjuicio de generar un impacto que busca ejercer poder, obediencia y sometimiento, en otros. En este sentido, cuando la violencia es percibida como una condición natural en el ser humano, es al mismo tiempo justificada; entendida como una reacción esperable, y reproducida como un patrón de comportamiento en la esfera de las relaciones interpersonales. De esta forma, la violencia representa un fenómeno cultural, asociada necesariamente a ciertos valores subyacentes.

En el plano de las relaciones interpersonales, frecuentemente las personas pueden llevar a cabo actos de violencia, física o psicológica. Sutil o concreta. En nuestro estilo de crianza con nuestros hijos, en la relación de pareja o en cómo nos relacionamos con nuestras amistades. Sin embargo, comprender este fenómeno y llevar a cabo un proceso de psicoterapia nos permite modificar aquellos patrones, en virtud de establecer vínculos afectivos saludables, con otras personas y con nosotros mismos.

Pablo Aguilera Sarno.