En mi experiencia en psicoterapia, he visto que resulta habitual al conocer a una nueva pareja consultante que indiquen hallarse “repitiendo” las mismas discusiones, problemas o peleas. Muchas veces, refieren haber logrado cambios positivos luego de varias conversaciones y acuerdos, obteniendo algún grado de mayor bienestar y reencuentro, para luego señalar, frustrados, que se encuentran en la misma situación previa.
Esta situación genera en la pareja que consulta un alto grado de tensión, expresando emociones de tristeza y rabia; altos grados de frustración al no poder lograr cambios significativos y hastío y cansancio, pudiendo llegar a desarrollar respuestas irónicas o algún grado de desprecio hacia el otro. Habitualmente, esta situación se mantiene a tal punto que se considera la separación como un modo de cesar los conflictos, aún sin ser algo deseado por alguno de los integrantes de la pareja.
La mantención de este estado de conflicto produce efectos concretos con la experiencia subjetiva del tiempo: el conflicto queda entrampado y las visiones del proyecto futuro se detienen. El presente, por su parte, se ve afectado por la experiencia de reactivación del conflicto, manteniendo un estado de tensión y constante expectativa al relacionarse con el otro, quedando a la espera de nuevos desencuentros. Es en función de ello que cada integrante de la pareja desarrolla estrategias para lidiar con los sentimientos de incertidumbre, los cuales, habitualmente, sostienen el conflicto o aumentan la distancia entre ambos.
Una imagen que ayuda a ejemplificar dicho patrón es el de una danza bien coordinada y ensayada, en la que los integrantes de la pareja pueden prever los movimientos del otro, anticipándose y respondiendo acordemente; siendo expertos del desencuentro y el conflicto, han integrado un modo de relacionarse que tiende a mantener y sostener los problemas.
El trabajo terapéutico ha de facilitar el desarrollo de un espacio contendor que permita la emergencia de mayor empatía y comprensión de la posición y experiencia subjetiva del otro; buscando lograr una experiencia relacional distinta, basada en el ser acogidos, validados y legitimados.
Para ello es necesario el conocer las emociones experimentadas por cada uno de los integrantes de la pareja, para luego identificar cuales son las ideas, creencias y significados atribuidos hacia las acciones del otro con el fin de desarrollar una visión amplia del problema, más allá de las quejas puntuales de cada uno – de ese modo, se puede facilitar el interrumpir el prever el siguiente movimiento de la pareja.
Posterior y progresivamente, se buscará facilitar el reconocimiento de las claves y significados – gatillos – que indican la presencia de un estado mental y/o emocional en las personas. Así, se empezará un proceso de flexibilización y comprensión del otro, logrando el desarrollo de nuevas estrategias – un nuevo baile – que puedan permitir la resolución efectiva de las dificultades mientras se trabaja en profundidad respecto de las historias personales, heridas, pérdidas, inseguridades o temores que las sostienen.